Bajo el velo impalpable del silencio dolido
la sombra en la distancia las cosas desfigura
y cae como lágrima traslúcida la pura
canción de una guarania sobre el parque dormido.
Las aves en amores se arrullan en el nido
y rumores confusos descienden de la altura
donde la luna llena emerge de la albura
como un disco dorado de rumbo indefinido.
En el jardín, las flores se inclinan amorosas
bajo el influjo etéreo del aire enamorado
que vuela y se detiene, retoza y luego pasa.
Forman coro las hojas verdes y rumorosas
con el ritmo sonoro, magnífico y alado
de una triste guarania que al corazón traspasa.
En cada nota vive Manuel Ortiz Guerrero,
suspiran sus fontanas tras el verde follaje
y sus versos se mezclan al sublime paisaje
como una despedida al véspero viajero.
Se vislumbra a lo lejos un sutil reverbero,
la noche luce joyas en su negro ropaje
y el minuto viajero lleva un grito salvaje
hacia la luz tremante de un celeste lucero.
Y se intuye y se siente los pasos de la loca,
de «la loca divina que le reza a la luna»
la plegaria doliente de su dolor inmenso,
La que sueña y suspira y «florece en su boca
un pedazo de canto» bajo la noche bruna
que esparce entre las flores su milagroso incienso.
Mi espíritu emotivo que vibra con las notas
que en el silencio elevan sus quejas inmortales,
extiende sus dos alas por mundos siderales
volando hacia las playas azules y remotas.
Adónde fueron sus líricas gaviotas,
por donde ambulan siempre sus sueños aurorales,
los primeros anhelos de los días triunfales,
pájaros errabundos con las alas ya rotas…
Mi numen peregrino por el espacio gira
y pulsa con vehemencia las cuerdas de su lira
en cálido homenaje a Manuel Ortiz Guerrero.
Igual que una fontana sonámbula delira
la guarania doliente que en la noche suspira,
como la reina loca del inmortal jilguero.