La poesía
es la voz de la montaña
que nos llama,
el viento que susurra
entre las ramas,
que pasa y que golpea
la ventana
detrás de cuyos vidrios
nos aguarda la lámpara
en vigilia
y un volumen de versos.
La poesía
es el canto del ave
en el follaje
cuando la luz muriente
nos habla del ocaso;
es la brisa
que pasa con displicente paso
y lleva entre sus brazos
aroma de claveles;
es el céfiro leve
que juega a los rondeles
y arrastra la hoja seca
arrancada del árbol.
Transcurren horas libres
en el reloj del tiempo,
pupilas luminosas envían
sus efluvios, sus rayos misteriosos,
y surgen de la tierra
árboles milenarios,
lianas y corales
y perlas y diamantes.
Poesía
es el país de los poetas.
Allí viven
los sueños,
las fábulas,
leyendas
y las pupilas mágicas
que los prodigios engendran.
Poesía
es el país de los poetas.
Son seres diferentes,
no necesitan nada
aunque le nieguen todo.
Son seres parecidos
pero también distintos
de los demás hermanos
que con ellos se cruzan
por los caminos largos.
Poesía
es el país de los poetas.
Allí todo es distinto
porque la viste el sueño
que vigilante cuida
las flores que germinan
saliendo del prodigio.
La poesía es madrina
de los desesperados,
de los tristes,
de los seres que llevan
en su sangre
gérmenes de locura…
Son aquellos que sueñan
y surgen las palabras
como de surtidores
inundando las cosas.
Hurtando las imágenes
de mundos irreales,
formando
tantas cosas
en torno del que sueña.
El poeta
no piensa
ni sabe lo que dice
hasta que la conciencia
le retorna la verdad
al final del poema.